Moreno, Gabriel René
Catálogo del Archivo de Moxos y Chiquitos. Imprenta Gutenberg, Santiago, 1888
Aunque no destinada a fallecer como la ciudad de la cascada de Sutós en Chiquitos, la ciudad de la Barranca de Güergorigotá nació para vegetar en un encerramiento mediterráneo de siglos. Hacia la época de la expulsión de los Jesuitas distaba todavía mucho Santa Cruz de corresponder, por su planta, construcción, civilidad y otras urbanas partes, a su título, a su origen y a su acendrada progenie. Hermosos como el sol y pobres como la luna, sus moradores no eran sino patriarcales labriegos, que seguían y proseguían viviendo en sociedad civil sin pagar al Rey alcabala; y tampoco tributaban sus yanaconas, y las tierras eran de sus poseedores mientras en ellas mantenían ganado o labraban chacos o cultivaban algodonales o cañaverales, y cada cual se instalaba en el terreno que le convenía hasta concluido su negocio o disuelta su familia. La propiedad raíz, divisible y transmisible no existía en la campaña, lo que es un signo evidente de la exigüidad de los cambios y de la estagnación de los productos exportables.
Ciertamente en aquel entonces Santa Cruz, antes que una población urbana, era un enorme conjunto de granjas y alquerías sombreadas frondosamente por naranjos, tamarindo, cosoríes y cupesíes. Senderos abovedados por enramadas florecidas y fragantes separaban unas de obras las casas. Y eran éstas unas verdaderas cabañas espaciosas, de dos maneras techadas fresca pero rústicamente; ya con la hoja entretejida o ya con el tronco acanalado de la palma. Dicen que anacreóntica y epicúreamente se vivía allí a la de dios, sin que a nadie le importara un guapomó o una pitajaya lo que en el mundo pasaba.
La plaza principal y algunas de las once calles arenosas estaban edificadas de adobe y teja; pero sólo a trechos y dejando intermedios praderas y matorrales urbanos estaban cruzados de senderos estrechos, misteriosos, que guiaban a sitios visitados por el amor o a cabañas plebeyas. Apenas había una o dos manzanas cuya parte central no estuviera dispuesta o habitada en esta forma por guitarristas, hilanderas, lavanderas, costureras, etc. Y estas mujeres eran otras tantas andaluzas decidoras por el habla y el tipo de raza, bien que predominando casi siempre en sus facciones rasgos extremeños para todos los gustos.
Ocupaban los mejore edificios el obispo, el gobernador, los canónigos, los dos curas rectores, los oficiales de la guarnición, os empleados de las cajas reales, etc. Veíanse no pocos caserones vacíos propios de familias descendientes de fundadores, las que vivían, como queda dicho, en afuera el pueblo. Las estancias de ganados y los ingenios de azúcar constituían la riqueza y el bienestar de estas familias. A veces había que citar al cabildo con días de anticipación, por tener que venir hasta de catorce leguas los señores concejales. No perdían éstos la costumbre feudal de los tiempos de Manso, de vivir con sus lindas esposas e hijas en su terruño, rodeados de sus indios de faena y servicio.
Visitábase a caballo, lloviendo se iba a misa en zancos o en carretón, uno se quedaba a comer o a cenar allá donde le sonó la hora, sólo cuatro zapateros bastaban al pueblo, muchos bautizos y poquísimos matrimonios, las frutas más deliciosas reventadas por el paladar de los prebendados y ¡ay! De aquel que no fuera blanco de pura raza; pues ese solo y sólo ése debía trabajar a sus horas divertirse, mientras que los demás debían divertirse y ociarse al modo de señores naciones para eso únicamente.